miércoles, 25 de septiembre de 2013

Una historia del mal de Alzheimer

 

25.09.2013 | 00:00

La historia de la psiquiatría es la de la descripción, casi siempre con una prosa clara y cautivadora, de la sintomatología de pacientes concretos. Alois Alzheimer en 1901 decía de Auguste D., una mujer de 51 años: «... pronto mostró progresivos fallos de memoria, no podía encontrar su camino a casa?, estaba desorientada en tiempo y espacio?, de vez en cuando estaba completamente delirante?, con frecuencia gritaba durante las horas..., la regresión mental avanzó gradualmente?, tras cuatro años y medio de enfermedad la paciente falleció. Al final estaba completamente apática y confinada a la cama, donde adoptaba una posición fetal». Alzheimer examinó su cerebro; había «densos haces de fibrillas que gradualmente avanzaban hacia la superficie de la célula?, podían ser teñidas con tinciones diferentes de las neurofibrillas normales, parece que la transformación de las fibrillas coincide con el almacenamiento de un producto patológico». No estaba descaminado, hoy sabemos que se almacena una proteína. El gran nosólogo Emile Kraepelin, en la edición de 1910 de su libro de texto de «Psiquiatría», incluyó la enfermedad de Alzheimer con ese nombre o demencia presenil. Y así se consideraba durante mi período de formación como internista, un diagnóstico que se reservaba para las demencias que afectaban a las personas de 45 a 65 años. A partir de esa edad se denominaba demencia senil o arteriosclerótica. Entonces, a pesar de su probada inutilidad, se recetaban medicamentos que pretendían mejorar el riego cerebral. Muchos recordarán la Hydergina. No era raro que si proponías suspenderla, te dijeran: «Ay, doctor, quíteme lo que quiera, pero las gotas para el riego no, que las necesito». Una muestra más de la importancia que tiene el placebo: esas personas creían firmemente que les hacía mucho bien.

En 1980, mientras pasaba una temporada en un hospital de EE UU, me sorprendió la cantidad de diagnósticos de Alzheimer que allí se hacían. Me pregunté si era un problema de preferencia diagnóstica como había observado también para la bronquitis crónica, que allí se denominaba enfisema. Pero no era así, respondía a un consenso de 1977, que había llegado a la conclusión de que el Alzheimer afectaba también a personas mayores y que pocas demencias tenían un origen vascular. Pronto también en España se impuso este diagnóstico. Al nombrarlo se hizo más visible un problema que se acrecentaba a buen paso con el envejecimiento de la población. Se empezó a denominar la epidemia del siglo XXI, compitiendo con tantas otras: el sedentarismo, la obesidad, la diabetes, el estrés?

Muchas veces me pregunté si el riesgo de padecer la enfermedad estaba aumentado a cualquier edad, es decir, si había algún factor ambiental que estuviera produciendo ese trastorno neurológico. Los estudios sobre su etiología hasta la fecha han sido poco definitivos. Se conoce cada vez con más precisión cómo se produce la enfermedad, pero no está nada claro qué la produce. Como en todas las enfermedades, hay un componente genético que en ésta parece importante en algunos casos. Pero ni es el único ni todos los que lo tienen padecen la enfermedad. Nadie ha podido encontrar una causa vírica, bacteriana o tóxica, e hipótesis como la de los priones, que causan la encefalopatía que se llamó de las vacas locas, tienen escaso fundamento. Tampoco tienen más riesgo los que padecen otras enfermedades o alteraciones, como enfermedad cardiovascular, diabetes, hipertensión (quizá se relacione con enfermedad muy temprana) o hipercolesterolemia. Nada hay sobre la contaminación ambiental y que se sepa la dieta no afecta. Donde hay una ventana posiblemente protectora es en el ejercicio físico, especialmente el aeróbico, caminar, bailar, fregar suelos? El otro, el anaeróbico, se caracteriza por hacer fuerza: elevar pesos... La teoría, hasta cierto punto demostrada, es que el cerebro se hace más flexible, adquiriendo así la capacidad de adaptarse cuando una parte se daña.

A mi pregunta de si hay más demencia ahora podemos responder lo siguiente: en un estudio británico se vio que la frecuencia de la enfermedad entre personas mayores de 65 años era hace 20 años del 8,3% y en 2012: 6,2%. En Dinamarca, el 22% de las personas mayores de 90 años en 1998 estaban gravemente afectadas y en 2010: el 17%. No son estudios específicos de Alzheimer, pero como este tipo constituye el 70% de todas las demencias, se puede pensar que también el riesgo de esta enfermedad está disminuyendo. La hipótesis es que las generaciones recientes, más sanas y educadas, están resistiendo mejor el deterioro cerebral. El esfuerzo mental, en teoría, y el ejercicio físico incrementan las conexiones neuronales y la plasticidad cerebral, y mejora la capacidad para convivir con un cerebro que por otras causas se deteriora. Mantenerse activo mental y físicamente, como un componente más de un estilo de vida saludable, es probablemente lo mejor que podemos hacer para retrasar o resistir la demencia.

 

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